domingo, 11 de diciembre de 2011

Una tarde de domingo

Es domingo por la tarde y tu padre y yo acabamos de dar un largo paseo con el carricoche. Hemos venido a pasar el fin de semana a Houtskär, la isla donde viven mis suegros, osea tus abuelos paternos. Si vieras niña cómo están de encantados, vamos, ensimismados, embobaditos contigo. Les tienes envueltos alrededor de tu dedo meñique de por vida, a ellos y a tus abuelos maternos también. Es lo que tiene ser abuelo, puedes querer a tus nietos sin más, sin tener que preocuparte ni pizca por educarlos. Creo que por primera vez estoy viendo con mis propios ojos lo que eso conlleva. En este mundo quien va a tener que negarte cosas para que no seas una mimada soy yo. Genial. Tu padre... no sé yo si le veo capaz. Bueno, lo de tu padre lo digo en broma, claro que es capaz, requetecapaz. De verdad que me ha tocado un papá de primera, las cosas como son.

Pero oye, lo que quiero que sepas es que cada vez que te niego una cosa es por amor. Para que crezcas con ambos pies bien plantaditos en la tierra y para que sepas apreciar las cosas, no darlas por hechas. Y vamos a ver, tampoco es que me vaya a pasar los días diciéndote que no a todo. Al menos eso espero... Jaja, si mi madre lee esto no sé qué va a pensar. "Muchas ideas tienes tú en la cabeza sin saber cómo es de verdad ser madre." Pues es verdad, no lo sé. Dentro de veinte años hablamos.

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