Madre mía del amor hermoso nena, menudo susto nos llevamos ayer tú y yo. Recién llegadas a casa después de dar un paseo a la Citymarket (un hipermercado tipo Carrefour), tú medio dormida en el capazo y yo con un hambre de loba y ganas histéricas de mear. Quise levantar el capazo y meterlo en el dormitorio para que continuaras con la siesta cuando ¡patapum!, una de las asas se me escapa de la mano, el capazo se vuelca y tú sales rodando como una morcilla y acabas boca abajo sobre la alfombra de esparto. Creo que estuviste en el suelo un total de 0,2 segundos, que con el susto tan fuerte me lanzé sobre tí cual ave de rapiña y te acurruqué en mis brazos como si jamás te volviera a soltar, pero claro, tú también te asustaste por el movimiento tan brusco y el pequeño golpe contra la áspera superficie de la alfombra. Ay mi vida lo que me costó tranquilizarte y convencerte de que estaba todo bien. Lógico, a ver a quién le hace gracia pasar de estar calentita y a gustito debajo de la manta a de repente, sin comerlo ni beberlo, encontrarse boca abajo en el suelo sin saber a qué viene la cosa. Encima el contacto con el esparto de la alfombra te dejó unos rasguños en la frente y en la punta de la nariz, pobrecilla mía. Pues hala, ahí está mi castigo por torpe y por manazas: ya no va a ser tan fácil sacarte la obligada foto navideña para enviar a todos los que estuvieron en tu bautizo. Que por mucho que sean vísperas de Navidad no es plan que todos te vean con la nariz de color rojo vivo, como el Reno Rudolf. A lo mejor si la hacemos a media luz...
No hay comentarios:
Publicar un comentario