jueves, 16 de febrero de 2012

A cinco bajo cero

¿Eo eooo...? Nada, sigues dormida como una marmota. Ya hace más de hora y media desde que te puse el mono de invierno, te metí en el capazo bajo una manta y te saqué al balcón a dormir. Jeje, siempre que te pongo el mono y te meto el chupete en la boca pienso en Maggie Simpson, el bebé de la familia de dibujos animados de color amarillo. Es que cuando tienes el mono tan gordo puesto, que te deja los brazos en cruz y las piernas estiradas, sois igualitas. Como dos gotas de agua. No, tu madre no está ni ciega ni enajenada, lo que pasa es que a veces le sobra imaginación. Y ve demasiada tele.

Hablando de lo de dormir fuera, tengo la sensación de que en España me apedrerían por mala madre y por loca si se enterasen de que te saco a dormir a temperaturas heladas. Sea como fuere, aquí en Finlandia es lo que se acostumbra a hacer. Si vieran qué bien duermes y qué sueño tan profundo logras. Das envidia. Hale, otro bostezo... tu mamá está un poco malita otra vez, y cansadita. Y eso que tu padre se ha hecho cargo de las dos últimas noches. Ya no comes por la noche, pero se te suele perder el chupete una o dos veces por noche. O tres, o cuatro, o nueve. Esta noche me toca a mí. Sé buena, corazón.

domingo, 5 de febrero de 2012

Fresquito

¿Dije duro invierno? Pues no sabía la que nos esperaba. Cuando escribí la anterior entrada creo que hacían unos siete u ocho grados bajo cero, vamos, unas temperaturas de lo más agradables para todo aquél que aprecia el aire fresco y gusta de dedicarse a las actividades de aire libre típicas de esta época del año, pero ahora nos ha llegado un frente helado de Siberia y toma, menos veinte grados de sopetón. Es como si en España de un día para otro pasara de diecesiete a treinta grados, pero al revés, claro. Lo que cuenta es el cambio y esto ha sido mucho cambio.

Nada, lo de llevar el frío es cuestión de abrigarse y de acostumbrarse. Y si hace falta, se le echa una pizca de enajenación mental y de mala hostia. Por ejemplo, antesdeayer hacía menos veintidós pero aún así te llevé por primera vez conmigo a clase de canto. No tuve más remedio, tu padre tenía no sé qué banquete súperimportante con cientos de invitados y mil cosas que coordinar. Pues nada, kilos y kilos de ropa, dos mantas, y al carricoche. Al final ni se te veía la punta de la nariz y creo que hasta pasaste calor. En fin, así me presenté a clase, con las partituras en una mano y el capazo la en otra, como si nada. Menos mal que el profesor es muy majo y no le importó. Qué le iba a importar, te portaste fenomenal, como de costumbre. Te pasaste la hora entera tumbada boca arriba en el suelo, mordisqueando tu sonajero favorito y mirando a tu mamá que pegaba gritos raros. A acostumbrarse hija, a acostumbrarse.