Ayer te quedaste dormida en mis brazos una hora antes de la hora normal de acostarse, y dormiste catorce horas y media seguidas. Ni que decir tiene que a tu papá y a mí no nos importó nada quedarnos un domingo por la mañana remoloneando en la cama hasta las tantas... ¡que en nuestro caso, las ocho y media de verdad que son las tantas! Normalmente nos levantamos a las siete en punto todos los días, toditos. La única excepción es que los fines de semana tu papá y yo nos turnamos en dejar al otro quedarse en la cama un rato más, para descansar y recobrar energías. Ayer le tocaba a tu padre el lujo, osea que tú y yo nos tomamos el desayuno en la cocina y vimos un capítulo de la Abeja Maya juntas. Al notar que ya eran las ocho y media quise ir a despertarle pero tú, que no querías que se acabara el lujo de estar sola con mamá, negaste con la cabeza y llevaste el dedito índice a los labios haciendo "sshhh". Anda qué rápido aprendes todos mis gestos, jijiji.
Aquí vemos a la señorita Gräsbeck de paseo el domingo pasado, estrenando sus gafas de sol (compradas en Torrevieja hace un año y perdidas en el cajón hasta ahora porque no había quien lograra que te las dejaras puestas).
Pacha, colega. |
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